miércoles, 16 de noviembre de 2011

A MENTIRA DE LA DEMOCRACIA Y LOS DDHH, CON JUSTICIA TRANSICIONAL (Parte III)



EL GRAN MENTIROSO


SIN FUERZAS ARMADAS, NO EXISTIMOS EN MANOS DE 

TERRORISTAS.
CHUQUI Y LA KRETINA, SIEMPRE MINTIENDO.

Nestor Carlos Kirchner – año 1983 – Se expresa por el 

juicio a militares genocidas.
TENIENTE GENERAL MARTIN BALZA INMUNDO TRAIDOR AL EJERCITO Y A LA PATRIA.
LOS PRINCIPIOS DE LA FORMACIÓN Y LA ACCIÓN MILITAR.
La misión de las fuerzas armadas en todo país civilizadamente organizado es salvaguardar los más grandes intereses de la Nación.
Su existencia es, pues, indispensable y exige una organización sólida y consistente que, reposando en instituciones especiales, reúna hombres y elementos en un conjunto armónico que sea el brazo armado de la patria, siempre pronto a proveer a la defensa de la Nación para tutelar, no sólo su honor y la integridad de su territorio sino también su Constitución y sus leyes.
El ejercicio institucional y orgánico de la violencia, exige que las Fuerzas Armadas sean integradas por individuos formados al sólo y excluyente efecto de la guerra.
Su formación y entrenamiento se van asimilando durante un largo ciclo educativo, instituyendo así, a su término, una personalidad uniforme y caracterizada.
Se busca, en definitiva, instaurar un auténtico estilo de vida orientado a hacer posible asegurar que, en la guerra, el soldado cumpla con la misión ordenada aún a costa de su vida, por lo que su idiosincrasia requiere de características y virtudes muy especiales, principalmente acendrada e indispensable adhesión a una férrea disciplina.
Y a esa dura disciplina, en la que la debida obediencia es imprescindible para la consecución de un objetivo, se llega sólo mediante la aplicación de principios ancestrales en la formación militar.
Repasemos, a nuestro entender, los más importantes.
1) EL MANDO
Uno de los principios fundamentales de la doctrina militar es el concepto del mando.
El “comando” es la autoridad y responsabilidad legales con que se inviste a un militar para ejercer el mando.
Son sus soportes la Constitución, las leyes, los decretos y los reglamentos militares.
El que manda debe exigir al subordinado apego al deber y para ello deberá crear en su unidad condiciones apropiadas de disciplina, entusiasmo, confianza, fidelidad, moral, espíritu de cuerpo y eficacia.
En el concepto de la obediencia debe tenerse por cierto que en las cualidades de “don de mando” del comandante, demostradas en el ejercicio de sus funciones, se basan la autoridad moral y el ascendiente que debe ejercer sobre sus subordinados, y la consecuente disposición que ellos asumirán para obedecer y cumplir sus órdenes.
Quien manda deviene, por encima de todas las cosas, en responsable, lo cual le requiere esfuerzo, autoexigencia y superación, buscando siempre el camino de la excelencia.
Asumir su responsabilidad significa ejercerla, pero no compartirla.
Sea que la misión finalice en éxito o en fracaso, él habrá de aceptar el premio o hacerse cargo de la condena.
Él es quién forja su propia imagen y tiene el privilegio de modelar, a través de ella, la personalidad de su unidad y su dotación.
Su formación militar, idoneidad, suficiencia y disposición para la conducción, van a teñir con su impronta las acciones de su unidad.
En él recae la total responsabilidad por su gobierno y seguridad y será, al fin, el árbitro final de lo que conviene a ella.
En nuestro caso, él será “la Armada” para todos sus subordinados.
La organización militar es, y así debe ser para que funcione como tal, una estructura piramidal en la que uno manda y los demás obedecen.
Pero para que esto se cumpla naturalmente se debe haber conseguido establecer, previa y necesariamente, una sólida disciplina.
2) LA DISCIPLINA
Para el común de las personas, la palabra disciplina significa un irrazonable cercenamiento de libertades, innecesarias limitaciones en las conductas personales, restricciones sin fin y adhesión a una arbitraria exigencia de autoridad, sin reparar que es la base de toda verdadera democracia, regida por un conjunto de reglas a las que debe adherir la gente para asegurar tanto las relaciones entre los individuos de esa sociedad como el interés del conjunto.
Algunas de esas reglas son la Constitución y las Leyes, establecidas por autoridades debidamente constituidas.
Es innegable que en una organización militar la disciplina y el orden son indispensables.
Sin esos requisitos, dejaría de serlo para convertirse en una desordenada turbamulta.
Necesaria para el eficaz ejercicio del mando, la disciplina es la base de orden y garantía de éxito para asegurar a las Fuerzas Armadas su desempeño en el cumplimiento de la misión.
Después de la organización de las tropas, la disciplina militar es la primera cosa a atender.
Entendida como doctrina y observancia de las leyes y ordenamientos de una profesión o instituto, la disciplina integra la vida de todo militar desde el primer día en que abraza la profesión y adquiere estado militar.
Y aunque tal estado es jurídicamente exigible, no es menos cierto que se trata de un condicionante ya implícito en la naturaleza y vocación del soldado.
Una de las principales responsabilidades del conductor es la de inculcar la disciplina en su organización en su aspecto más positivo: la de la auto-disciplina, aquella conducta placentera y espontánea por la cual el soldado, de buen grado y voluntariamente, se somete por convicción a las directivas de su superior.
El cumplimiento del deber por propia disposición será entonces su motivación.
El hábito juega un importante rol en la disciplina y es uno de los objetivos principales de la instrucción ya que, a través de él, se trata de instalar en el soldado un estado de ánimo tal que asegure a su jefe el máximo de apoyo y confianza.
La disciplina, que se manifiesta por la subordinación, el respeto y la obediencia confiada e instantánea al superior, debe ser inculcada de tal manera que las disposiciones superiores, reglamentos y órdenes militares, sean cumplidas sin vacilación y a los menores impulsos del comando.
No creemos exagerar al decir que tal axioma constituye el pilar fundamental de la existencia misma de las Fuerzas Armadas de la Nación.
El militar, por sí solo, no es más que la mínima expresión de una unidad orgánica, una célula integrante de un vasto tejido institucional que, para que funcione exitosamente con todo su potencial, necesita contar con la absoluta certeza de su adhesión al cumplimiento de las reglas.
Sólo mediante la incorporación a la personalidad del individuo de un profundo sentido de disciplina, las fuerzas armadas podrán contar con soldados dispuestos a morir por el ideal que animó su vocación guerrera.
En síntesis, la disciplina, con base inconmovible en la razón, el sentido del deber, la lealtad y la justicia, es el hálito de vida de toda fuerza armada.
La práctica de la misma debe ser constante y pertinaz, e impuesta si es necesario autoritariamente, cuidando de evitar –en forma permanente- cualquier estado deliberativo en una unidad de guerra; ni siquiera en época de paz.
Mandar y obedecer son las piedras angulares de toda organización militar orgánica y la disciplina –ínsita en la personalidad de cada uno de sus integrantes- es la garantía de eficiencia de los ejércitos, que son a su vez la de la supervivencia de una Nación.
3) MORAL Y ESPÍRITU DE CUERPO
Otro precepto esencial y necesario en una organización militar, es el desarrollo de una buena moral y un fuerte espíritu de cuerpo en su personal.
La integración del individuo con los ideales, principios, pautas y características de la Institución, constituye un factor fundamental para su instauración. Una alta moral es el exponente de una efectiva conducción y sin ella no es posible control alguno sobre la conducta del soldado.
La moral está basada en la confianza del individuo en sí mismo, en su superior y en la misión de su unidad.
Para poder inculcar una elevada moral en el soldado, es necesario, primero, que éste tenga convicción y reglas personales que le proporcionen un fin positivo en el cumplimiento de su deber y hagan que su vida diaria en la unidad tenga sentido y valoración.
Y segundo, que sea enterado de las tareas específicas y problemas que se deberán resolver para obtener su éxito personal y el de la unidad.
Sin embargo, antes de que un individuo se identifique estrechamente con el grupo, éste, a su vez, le debe ofrecer retribuciones tangibles y satisfactorias.
No es fácil para el conductor crear y mantener una alta moral.
La tarea debe llevarse a cabo en forma permanente y metódica, en todos los niveles de mando, teniendo siempre en cuenta que cada decisión o cada acción tiene un efecto en la moral de toda la unidad.
Su mantenimiento o pérdida pueden incidir directamente en el éxito o fracaso del accionar militar.
A fin de que el individuo mantenga la moral, aún durante períodos de acentuada tensión, sus convicciones y expectativas básicas deben estar en armonía con la de los otros miembros de la unidad; de otro modo, la acción del grupo carecerá de coordinación y la posibilidad de fallas de su parte aumentarán enormemente.
El espíritu de cuerpo es el hálito común que impregna a los miembros de una unidad e implica entusiasmo, devoción, celo y orgullo por el honor y la reputación del conjunto.
Mientras el concepto de moral puede utilizarse referido a una persona o muchas, el de espíritu de cuerpo encarna una unión y lealtad definitivas entre los miembros de la unidad, entre ellos y sus líderes, y entre todos y la organización a que sirven.
Es necesario para desarrollar un auténtico espíritu y sentido orgullo por su unidad, que cada miembro reconozca el interés común del grupo, comprenda el propósito de la misión y coopere con entusiasmo para el logro del objetivo común.
Por supuesto que ese espíritu dependerá de las satisfacciones que cada hombre sienta por ser miembro del grupo.
De esta virtud, que se aprecia también en el espíritu competitivo de la unidad, en su fortaleza ante situaciones de riesgo, en la prontitud de sus miembros para ayudarse entre ellos y en los dividendos que de ello se obtienen, tenemos sobradas muestras en los diferentes cuerpos que conforman nuestra Armada.
En un análisis final, podemos decir que el espíritu de cuerpo es la fuerza impulsora de la valentía y el arrojo de una unidad.
Si el equipo está bien disciplinado, tiene una buena moral y, además, espíritu de cuerpo, será difícil de vencer.
4) LA OBEDIENCIA
Disciplina, moral y espíritu de cuerpo, aunque puedan en apariencia parecer diferentes y sin relación, son todas condiciones necesarias para lograr, con su conjunción, una rápida aceptación de la obediencia para el cumplimiento de las órdenes impartidas por el superior, órdenes que, en definitiva, son las herramientas ejecutivas imprescindibles para obtener eficiencia y efectividad en una organización militar.
Bien sabemos nosotros que los buques y las armas sólo rinden lo que los hombres son capaces de hacerles rendir, y sin disciplina, moral y espíritu de buque, ello no sería posible.
El presupuesto de la obediencia es la existencia de una orden del servicio previa.
El mando se ejerce por órdenes y una orden es el mandato de un superior que deberá ser cumplido por el subordinado a quien está destinada.
No hacerlo implica caer en las figuras prescriptas en el Código de Justicia militar de “traición” ( Dejar de cumplir total o parcialmente una orden oficial o alterarla de una manera arbitraria para beneficiar al enemigo – artículo 622.5º), “insubordinación” (…  el que hiciera resistencia ostensible o expresamente rehusare obediencia a una orden del servicio – artículo 667) o “desobediencia” (…  el que sin rehusar obediencia de modo ostensible o expreso, deja de cumplir, sin causa justificada, una orden del servicio – artículo 674).
Además, el artículo 675 determina que  “Ninguna reclamación dispensa de la obediencia ni suspende el cumplimiento de una orden del servicio militar”.
Es conveniente, además, agregar que el 877 establece que  “Se entiende por acto de servicio todo el que se refiera o tiene relación con las funciones específicas que a cada militar corresponden, por el hecho de pertenecer a las Fuerzas Amadas” .
El subordinado tiene vedado inspeccionar lo bueno o lo malo de la orden, debiendo ceñir su derecho de inspección al carácter de su legitimidad.
Para que la orden impartida sea legítima, al soldado deberá solamente bastarle la palabra de un superior habilitado jurídicamente para mandarlo.
Por su formación, el militar está dispuesto a asumir que no hay órdenes del servicio ilegítimas, sobretodo porque sabe que, aunque quiera analizarla en su intimidad, existen numerosos supuestos que no se le suministran por razones valederas que puede tener su comandante al impartirle la orden.
Sólo podrá pedir la aclaración de su exacto significado si es que no la ha comprendido acabadamente, pero nada más.
Tampoco tiene el soldado capacidad decisoria en el cumplimiento de una orden del servicio.
Y es imperioso e imprescindible que así sea, porque de tal mística  y  sagrada subordinación, dependerá el éxito de una acción de guerra en la que el militar deberá asegurar el más fiel y escrupuloso cumplimiento de las órdenes recibidas, prescindiendo de analizar –como dijimos- su valor, contenido y consecuencias.
Demás está resaltar la importancia jurídica implícita en la orden porque, a veces, de su exacto cumplimiento pueden depender cientos de vidas.
Los soldados deben ser habituados a obedecer las órdenes porque de lo contrario no podrán ser controlados en el combate.
Ellos tienen la obligación jurídica de vencer todos los obstáculos hasta lograr el cumplimiento de la misión, aunque en tal acción deban dejar su vida.
Nuestros héroes de Malvinas han dado buen ejemplo de ello.
MALVINAS:ARENGA DEL CONTRA ALMIRANTE BUSSER
MALVINAS: Entrevista al Coronel Seineldín
AUDIO HISTORICO DEL CORONEL MOHAMED 

ALI SEINELDIN.
El cumplimiento de la orden debe ser lo más preciso posible y si el comandante cumple con las obligaciones que debe observar cuando manda –como la de ejercer el control sobre su acatamiento-, resulta poco menos que imposible la comisión de algún exceso por parte de sus subordinados.
Siendo esto así, en toda acción realizada en el cumplimiento de legítimas órdenes del servicio y en pro de una necesidad estratégica operacional debidamente contemplada en una planificación militar, la responsabilidad del superior es la única pasible de ser juzgada.
Cuando la autoridad política-estratégica dispone la participación de la tropa en determinadas hostilidades que tienden al logro del objetivo, las acciones que se realicen en virtud de su empeñamiento no son más que actos propios de la guerra.
Tal fue el caso, en 1975, de la orden impartida por el Poder Ejecutivo Nacional mediante el decreto 2772, al disponer que: “ Las FFAA, bajo el comando superior del Presidente,… procederán a ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el país ”.
Una orden que cumplía con todos los requisitos de legitimidad.
Siendo que el hálito de vida de toda fuerza armada lo constituye, con exclusividad, el instituto jurídico de “la orden”, no resultará fácil para un lego advertir la relación que, en una organización militar y en ejercicio de sus funciones, se plantea entre superior y subordinado, más aún en situaciones de guerra cuando las circunstancias superan holgadamente la comprensión y alcance de su excelso sentido.
Será difícil entonces, si no se comprenden ajustadamente los principios de la profesión militar, “disciplina, moral, espíritu de cuerpo y obediencia”, adentrarse en las  razones de entrañable amor a la patria, necesario espíritu de sacrificio, y adhesión y admiración del superior, que se requieren de todo militar para empeñarse en acciones de guerra.
4.  LA OBEDIENCIA “DEBIDA”
La obediencia en los estamentos militares tiene, desde antiguo, una sola acepción: “debida”, porque, como dijimos, debe rendirse al superior jerárquico sin examinar los motivos o razones que la generan.
Y no lo hace así el soldado porque tenga obediencia “ciega”, sino porque sabe que desobedecer una orden es quebrar la columna vertebral de su unidad y de la institución.
El artículo 514 de nuestro CJM es una norma fundamental del derecho militar argentino y en él se establece el principio de la obediencia debida.
De su preciso análisis interpretativo surgirán las responsabilidades y los exculpantes.
Por su claridad y precisión, nos parece necesario insertar aquí los comentarios de los doctores Igounet:
“La obediencia que un inferior debe a un superior está estrictamente enmarcada en el concepto de ““acto de servicio”” (véase el art. 878 C.J.M.).
Es decir, para que exista obediencia deben verificarse ciertos presupuestos.
En principio debe tratarse de un inferior jerárquico a quien las leyes y reglamentos militares le han impuesto la obligación de cumplir las órdenes del servicio que le sean impartidas por un superior legalmente habilitado para mandarlo; en segundo lugar, como dijimos, el que imparte la orden debe hallarse jurídicamente facultado para hacerlo y, por último, debe tratarse de una orden propia del servicio”.
Es decir, el deber de obediencia funciona jurídicamente y obliga al subalterno.
Pero sólo cuando lo que se le ordena tiene relación con el servicio y, si bien el subalterno tiene vedado analizar la conveniencia o el despropósito, creemos útil decir que el mandato debe coadyuvar al logro del objetivo de la misión.
En consecuencia, de acuerdo al objetivo estratégico propuesto, el inferior está obligado a efectivizar, sin hesitar, todos los actos propios de la guerra, incluso matar.
Y tal, es una obligación jurídica cuando la orden se relaciona con el servicio, cuyo incumplimiento hará incurrir al destinatario de la misma en infracciones militares (incluso penales).
Por lo dicho, si bien no compartimos el criterio de asemejar la obediencia debida a la ““obediencia ciega”” (como sostiene el jurista español Rodríguez Devesa en la Revista Española de Derecho Militar, Nº 3, Madrid, 1957, pág. 35), creemos que la estrictez propias de los reglamentos y leyes militares y el ascendiente moral que generalmente – casi siempre- poseen los mandos sobre sus subalternos, limita aún más la posibilidad de discernimiento de éstos en cuanto a la dilucidación del carácter de legalidad que deben revestir las órdenes militares.
Ese ascendiente al que recién aludimos, debe ser apreciado en su justo término.
Para ello es menester evaluar el permanente sometimiento de los inferiores a las más estrictas normas disciplinarias y, sobretodo, la educación propia de los comandantes que han sido instruidos en el complejo arte de mandar, facultándolos para lograr que sus subordinados lleguen a consubstanciarse íntimamente con ellos hasta el grado de dependencia psíquica más exquisito.
Y tal perfección, tal integración mental entre jefes y subalternos es esencial cuando llega el momento supremo de la guerra, en donde las vidas humanas pueden tener menos valor bélico que determinados bienes materiales de importancia táctica y estratégica.
Ese ascendiente moral entonces se torna indispensable cuando debe lograrse el cumplimiento de una orden que importa el sacrificio de toda una unidad, por ejemplo, al sólo efecto de tener éxito en una maniobra de distracción.
Para obtener ese ascendiente es menester una rigurosa educación que se apoya en años de aprendizaje haciendo un culto del ejemplo y del sacrificio personal.
Porque mandar es infinitamente más difícil y doloroso que obedecer”.
PREMIO NOBEL A LA MENTIRA Y LA LOCURA, OTORGADO POR EL FORO DE SAN PABLO.

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